Ayentu chen. La persistencia del racismo en Chile.

Por José Quidel

Ayentu chen, en mapuzugun significa «burlarse», «reírse» de alguien por sus defectos, o simplemente por ridiculizar o mostrar superioridad, poder sobre otra persona o grupos de persona. El acto de ayentu chen es la forma de humillar públicamente a una persona, para mostrar a los otros lo ridículo, lo mal, lo feo, lo errado, lo grotesco, lo inmoral, lo insignificante que resulta ser.

Ayentu chen es lo que parte de algunas instituciones chilenas están haciendo con nuestra gente, con nosotros, con nuestras mujeres que son personas dedicadas a la vida espiritual y sanación de su gente. Ayentu machin, es la expresión precisa que la institución que imparte justicia en Chile ha estado realizando con la lamgen Francisca Linconao. Por medio de ella, el tratamiento que se le ha dado tanto mediática como jurídicamente, el mensaje hacia nuestro pueblo es de clara burla, humillación y una especie de sarcasmo público.

La insensatez wigka se cierna nuevamente sobre nuestra gente, nuestras familias y espacios territoriales. Hay personas con gran influencia, familias con poderes en este país, y desde luego en esta región, que han instalado una seguidilla de ideas y categorías denigrante hacia nuestro pueblo. Pero esto no es nuevo. Desde los albores de la República (para no ir tan atrás con los españoles), el desprecio, el racismo y el odio hacia los indios se ha ido propagando como un veneno que ha cegado a gran parte de este país.

Para propagar estas ideas de sujetos disminuidos, carentes de sentidos, borrachos, flojos y, ahora último terroristas, estos grupos de poder han utilizado fundamentalmente la prensa escrita. El Mercurio de los Edwards ha sido la principal plataforma de etnocidio comunicacional, es así que cuando preparaban el armazón ideológico para legitimar la invasión militar del Estado de Chile a territorio mapuche, en un invierno de 1859, señalaban que nuestros abuelos no eran más “que una horda de fieras que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización”

Esos argumentos están hoy absolutamente vigentes, sólo que de manera solapada. El racismo estructural de este país es más que evidente. Escuchar a los fiscales, políticos, periodistas que en pleno 2016 demuestran un profundo desconocimiento de «lo mapuche».

Así, en la misma línea se inscribe lo de Sergio Catrilaf y el resto de los mapuche detenidos, sin un juicio a la altura de los tiempos. Sin ningún margen de respeto hacia nuestras estructuras sociopolíticas. Ya lo decían las autoridades mapuche en el 1907, cuando acusaban el tratamiento racista de las instituciones judiciales, diciendo:

«Ya hemos visto que para nosotros los naturales no hay justicia. Vamos a Valdivia, allá estamos diez, quince días sin poder hablar con nadie porque todos dicen que somos unos cargosos.

Y al último cuando reclamamos, por más buena voluntad que tenga el caballero protector de indígenas o Promotor Fiscal, todo queda en nada en el juzgado. Nos  piden testigos, llevamos los testigos, pagamos intérpretes, fuera de lo que hay que pagarle al secretario y al último dicen que nuestros testigos no sirven. Ni pagando encontramos justicia nosotros.» (Díaz Meza, 1907)

Este racismo institucional, en donde las personas mapuche son inferiorizadas y tratadas como de segunda categoría es una realidad con mucha persistencia. Los actos de injusticia contra la machi Francisca Linconao por ejemplo, estos tratos vejatorios y humillantes, lamentablemente no son nuevos, sino que se ubican en la profundidad del proceso histórico de características coloniales que se instaló en territorio mapuche desde la segunda mitad del siglo XIX. Y actualmente para la reproducción del colonialismo hay ciertos sectores de la sociedad regional, profundamente racistas, que sostienen, controlan y ordenan la justicia de acuerdo a sus necesidades.

El latifundio se ha constituido por décadas como la manifestación de la violencia, la explotación el abuso y la masacre. Muchos de los terratenientes de la actualidad han heredado no sólo grandes extensiones de tierra, también han heredado la historia de maldad, maltrato, racismo y hasta matanzas hacia familias enteras de mapuche. Lamentablemente para ellos, los mapuche tenemos una memoria larga que guarda las experiencias de dolor, la que nos permite sostener que todos sus crímenes no han sido olvidados. Sin reconocer estas heridas coloniales que se reproducen actualmente en el tratamiento humillante a nuestras autoridades encarceladas, es imposible avanzar a resoluciones de un conflicto originado por la invasión colonial.

La codicia ha cegado a los colonizadores, sean estos extranjeros o chilenos, no contento con todos las miles de hectárea robadas a nuestros abuelos, hoy quieren que el Estado les paguen por esas tierras «robadas», y precios exorbitantes.

En los Archivos existen estantes repletos de expedientes en donde se muestra los métodos de usurpación, engaño y ardid que usaron para arrebatar las tierras a nuestras familias. Más de cien años de aprovechamiento y de explotación de tierras ajenas no han podido quedar en el olvido frente a una memoria larga que no se cansa de recordar. Hoy es tiempo de que se devuelvan dignamente las tierras usurpadas, esa es una de las demandas más sentidas por nuestro pueblo. Y frente a este proceso de recuperación de la dignidad magullada durante el siglo XX colonial, se reactivan las viejas prácticas del racismo, hoy expresadas en represión policial, persecución política y leyes de excepción.

Ante todos los acontecimientos de los cuales estamos siendo testigos hoy, no nos queda más que escribir y denunciar la violencia a la que estamos siendo una vez más expuestos. Y ¿qué es lo que se está sembrando con todo este espectáculo? Dolor, rabia e impotencia entre nuestra gente, juventud, niñez y ancianidad.

Referencias

Díaz Meza, Aurelio: “Parlamento Araucano de Coz-Coz. Breve Relación del Parlamento Mapuche de Coz Coz 18 de enero de 1907”Ediciones Ser Indígena. www.serindigena.org 2006

Portales, Felipe: Historia desconocidas de Chile. Editorial Catalonia, Santiago de Chile. 2016

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